miércoles, 21 de septiembre de 2011



Y LLEGÓ LA PRIMAVERA NOMÁS...

Para los decreídos, para los que andan preocupados y con la cara larga, para los que contestan "cómo para andar pensando en la primavera estoy yo", para los que no tienen tiempo para nada, para los que tratan de "loquitos" a los que como uno andan fascinados con los brotes y las flores que parecen explotar a cada rato.
LLegó la primavera nomás y por suerte, también para los que saben detenerse a mirar los árboles con las ramas repletas de pequeños retoños; para los que se inclinan a respirar el perfume de las flores y enseñan a sus hijos con cuidado las mariposas; para los que esperan los vientos primaverales y sacan sus tablas y velas al río; para los que tirados panza abajo, agachados o escondidos observan las aves que aparecen en todas direcciones y para todos los que con cara absolutamente felíz se tiran boca arriba en el pastito más cercano, manos cruzadas debajo de la cabeza y se dejan bañar con ganas por el tibio sol de la tarde.
Para todos ¡¡ MUY FELÍZ PRIMAVERA !! de parte de estos CUATRO GATOS LOCOS siempre del lado de la naturaleza.

lunes, 12 de septiembre de 2011


Consumo y consumismo

Julio García Camarero (autor de “El Decrecimiento feliz y el desarrollo humano”)

“En casa del sabio la riqueza es esclava, en la del necio señora”
Lucio Anneo Séneca.


El neoliberalismo global y el marketing nos plantean que el desarrollismo, consumismo y el crecimiento económico es la única fuente de satisfacción y de felicidad, así como la obtención exclusiva de bienes materiales. Lo cual solo se logrará obtener, en el mejor de los casos, a costa de caer en el CONSUMISMO de la eterna insatisfacción e infelicidad, que nada tiene que ver con el sano y necesario CONSUMO. Y solo consigues este consumismo a fuerza de exponerte a una total entrega a un trabajo enajenado, del cual sólo te corresponde una milésima de la riqueza que produces, y todo ello sin que tu intenso trabajo, te aporte la menor sensación de creatividad, que es una de las nueve necesidades básicas del hombre/mujer.


Disminución de la biodiversidad, agotamiento de recursos, contaminación, el cambio climático, etc. todos estos males solo tienen un culpable el despilfarro humano. O lo que es lo mismo, el CONSUMISMO del consumidor de seudo necesidades. Por ello resulta indispensable saber distinguir entre CONSUMO y CONSUMISMO.


Existen dos frases paralelas de pensamiento profundo y de expresión breve. Estas son:


“En casa del sabio la riqueza es esclava, en la del necio señora” (Lucio Anneo Séneca);


“Todo necio confunde valor y precio” (Antonio Machado):


El citado pensamiento de Séneca ha sido es y será de aplicación constante. Es una necedad dar más valor al tener que al ser.


La segunda frase, la de Antonio Machado, nos aproxima al sabio estoicismo de Séneca a la vez que a un mundo actual mercantilizado en donde absolutamente a todo se le pone precio.


También podemos acercarnos a este pensamiento senequiano, y a lo más cotidiano del actual neoliberalismo global, admitiendo que “todo necio confunde consumo y consumismo”. Y es que es una necedad confundir el sano CONSUMO con el asesino CONSUMISMO. Es una necedad condenar el CONSUMO como si de CONSUMISMO se tratara.

Y es que el consumo no solo es necesario, es indispensable para sobrevivir. No se trata de volver al neolítico, y aunque volviéramos tendríamos inevitablemente que consumir. Los indígenas de la selva amazónica consumen iguanas, y viven mucho mejor, y sobre todo mucho más felices, que esas personas del primer mundo que arrastran su pesada obesidad y su eterna insatisfacción consumista, a la vez que el carrito de súper repleto de comida basura, y que a la vez arrastra la desgracia de una hipoteca inacabable y un trabajo enajenado exhaustivo.

Y es que sin consumo no hay vida,… las plantas, los animales, los hombres, consumen alimentos, agua, aire y energía. Es necesario consumir para sobrevivir.

Pero es que no se trata solo de sobrevivir, el objetivo debe de ser vivir bien, y ello no se consigue consumiendo mucho, como nos quiere hacer creer este neoliberalismo galopante, aunque ya próximo a la crisis final.

Es un error confundir la cantidad con la calidad. Se trata de consumir calidad. La calidad viene dada principalmente por la mesura, la diversidad y la espiritualidad. Es necesario consumir liberación, liberación de trabajo enajenado, liberación de complejos de inferioridad, liberación de caer en el consumismo, etc.
¡Claro que hay que consumir!, y lo más prioritario e indispensable es consumir BIENES RELACIONALES. Es decir, los sentimientos compartidos, los verdaderos acercamientos entre personas, el amor, la espiritualidad, la sensibilidad compartida, el apoyo mutuo, la convivencialidad, etc. Es extremadamente importante consumir todos estos bienes, y tener tiempo para ello. Es extremadamente importante no confundir el consumo de bienes de uso y de espíritu con el consumo de bienes crematísticos. Esta confusión está llevando a la humanidad al caos y a su suicidio, al odio generalizado y al crimen.
Y también hay que consumir bienes materiales, son indispensables, hay que consumir alimentos, pero no cualquier alimento basura en cantidad, sino los justamente suficientes en calidad y en cantidad. Hay que vivir bien.

hay que consumir ropa y utensilios que sean medios de vida y solo los justamente suficientes, en calidad y en cantidad.

Es absolutamente necesario condenar y terminar con la obsolescencia programada y la moda. Si no fuera por el desvarío de la OBSOLESCENCIA PROGRAMADA, conectada directamente a la PLUSVALÍA (que se usa como pretexto y falsa justificación la conservación de los puestos de trabajo (2) y por la “droga de la moda”, no existiría el CONSUMISMO, y de resultas casi no habría que trabajar en trabajos enajenados asalariados, en consecuencia, cada persona dispondría de infinidad de horas libres para poder consumir muchos BIENES RELACIONALES (3).

Pero es que además también hay que consumir bienes materiales sofisticados. No hay que tener recelo de ellos, pues no se trata de volver al neolítico y de tirar por la borda toda la acumulación del conocimiento, retenida y transmitida durante milenios y milenios. Se trata de saber valorar y aprovechar justamente esta acumulación de saber. Porque ello es, precisamente, el verdadero progreso de la humanidad, el verdadero progreso y el admirable desarrollo de la Idea (4).

No hay que caer en la simpleza de rechazar las palabras desarrollo y progreso, por el simple hecho de que estas hayan sido infinitamente maltratadas y desfiguradas, sobre todo en los tres últimos decenios de neoliberalismo. Maltratadas por el capitalismo, a puñetazos, a botazos, y lo que es mucho peor a fuerza de mentiras, de engaños y de hipocresía, y todo para salvar la LLAMA SAGRADA DE LA PLUSVALÍA. Así es la fanática religión del capitalismo. La única religión extendida en todos los centímetros cuadrados de la superficie terrestre.

Tal vez, la labor más urgente para la consecución del DECRECIMIENTO sea hacer un gran esfuerzo para saber reencontrar el verdadero sentido de muchas palabras, que han sido -por este nazi-capitalismo que padecemos- extremadamente desfiguradas, invertidas en su significado, maltratadas y encerradas en el campo de concentración del PENSAMIENTO ÚNICO.

Pongamos algunos simples ejemplos para poder comprender mejor esto:

Nos hacen confundir el progreso de la humanidad con el crecimiento crematístico de la plusvalía.

El desarrollo y la felicidad humana con el crecimiento y la acumulación de capital para una extremadamente minúscula oligarquía.

Desarrollo de una nación con el crecimiento económico de sus caciques o mafiosos, a costa de un aumento de la explotación, la corrupción y de la hambruna.

Nos hacen confundir el consumo para una buena calidad de vida, con el consumismo perjudicial para el que consume, pero muy beneficioso para el que produce esa seudo necesidad a consumir, muy beneficioso para la acumulación de plusvalía.

Y así podríamos seguir poniendo ejemplos de conceptos y palabras a las que les han dado un sentido incluso totalmente opuesto al de su verdadero origen. Palabras que no debemos, confundidos, rechazar, sino rescatar, restituir en todo su verdadero valor.
Y es que, según acabamos de mencionar, también hay que consumir BIENES MATERIALES SOFISTICADOS.

Por ejemplo el mocho, aunque suponga una sofisticación mínima, fue una liberación del hombre, aunque, a decir verdad, más de la mujer que del hombre,… aún friegan los suelos muchísimas más mujeres que hombres. Sin embargo consumir mocho no altera mucho la capacidad de carga de la biosfera.
La lavadora también fue una liberación de la mujer, gracias a ella puede llevar una vida menos dura y gozar de mas tiempo libre de recreación. Pero el tiempo así ganado no debe de emplearse en el aumento de horas de trabajo enajenado, no deseado, aumento solo realizado para cubrir las necesidades monetarias que inducen a una precarización del trabajo, menos seguridad en la continuidad del empleo, menos poder adquisitivo para cubrir las necesidades mínimas, etc.

En sentido completamente opuesto, hay que decir que, por ejemplo y por el contrario, el que una mujer pueda ser guardia civil o soldada en Irak, no debe de considerarse como un consumo de progreso de la humanidad, es más bien es consumir y consumar un terrible retroceso.

También, la mujer debe de consumir la liberación que supone el que su relación con el hombre sea de tipo horizontal; no debe de ser superior ni el ni ella. Pero ello no debe ser motivo de que la mujer deba ser idéntica al hombre, debe de tener sus mismos derechos, pero no debe de ser idéntica al hombre. Hay que defender la diversidad de sexos, la cual está siendo anulada, sin que nos demos cuenta, por el “pensamiento único”. El símbolo de que la mujer se ponga pantalones o que el negro se tiña su piel de blanco, no es en absoluto una liberación de la mujer o del negro, ello solo es un complejo de inferioridad, es la renuncia más profunda al orgullo de ser mujer o negro y una reafirmación de ese complejo de inferioridad.

Hay quien piensa que afirmar todo lo que se ha afirmado en este último párrafo, adolece de un tufillo machista, pero el verdadero machismo es admitir el que para que una mujer se libere debe de imitar en todo al hombre, esto si que es una degradación del orgullo de ser mujer, es una enorme falacia machista.
Es fundamental distinguir entre consumo y consumismo.

Lo difícil es establecer donde está el limite entre consumo y el consumismo. Ello es una cuestión de mesura. La palabra más importante del diccionario es MESURA. Pero no hay que confundir mesura con MODERACIÓN, -y menos aún con moderación salarial. La MESURA tiene su significado en relación con la calidad y la cantidad, mientras que la MODERACIÓN solo a la cantidad.

El utilizar una adecuada mesura, o una desacertada desmesura, puede conducirnos a: una buena o a una mala vida. O conducirnos incluso a la muerte. Es muy simple el ejemplo de la lejía: unas gotas de este líquido en una botella de agua para beber, con patógenos, puede salvar una vida; pero si aumentamos la cantidad de lejía de forma insaciable, no mejoramos linealmente los efectos, como viene a sugerir el CONSUMISMO, sino que lo que sucede es que eliminamos una vida.

¿Y como conseguir la mesura, donde o cuando termina esta y donde o cuando comienza la desmesura? No es fácil, pero, en cuanto al consumo humano, puede ayudarnos el considerar el límite de la huella ecológica y considerar que la libertad de uno termina donde empieza la libertad de otro.

En una palabra, consumir, producir y trabajar menos.

viernes, 2 de septiembre de 2011


MÁS SOBRE LA TEORÍA DEL DECRECIMIENTO
(Artículo extenso pero fácil de leer y comprender)
¿Cuánto y cómo queremos crecer?
15/06/2011 por Vicent Cucarella

La sociedad actual persigue el crecimiento económico porque lo asocia a mayor bienestar y felicidad. Sin embargo, una vez superadas las etapas iniciales del progreso económico, las evidencias no son claras en este sentido. El crecimiento permanente comporta perjuicios en lo individual (estrés, adicción al consumo, falta de tiempo para la familia, etc.) y en lo colectivo (salud ambiental, consumo insostenible de los recursos naturales, privación a generaciones futuras, etc.). Por tanto, el objetivo principal no debería ser el crecimiento económico per se (que no es positivo ni negativo), sino la mejora del bienestar individual bajo el respeto del bienestar colectivo, tanto actual como futuro.


(Versió en valencià)

El PIB, el bienestar y los recursos naturales

El crecimiento económico se suele medir por la evolución del Producto Interior Bruto (PIB) de un país o zona de referencia. Es habitual identificar crecimiento del PIB con desarrollo y este con bienestar, sin definir qué entendemos por desarrollo o progreso. Sin embargo, el PIB no es un buen indicador del bienestar colectivo porque no mide determinados aspectos que son difíciles de cuantificar. En este sentido, no tiene en cuenta las externalidades, ni la distribución de la renta, ni los costes no monetarios o difíciles de valorar (medioambientales, sociales, psicológicos…), ni determinadas actividades (trabajo doméstico, voluntariado…). Con el objetivo de paliar dichas lagunas, en la actualidad existen indicadores alternativos al PIB. Algunos de ellos, como el índice de desarrollo humano (IDH) o el índice de calidad de vida (ICV), tratan de incluir indicadores sociales del bienestar individual. Otros índices añaden también la consideración del efecto negativo sobre el medio ambiente y tienen en cuenta la contaminación y el consumo de los recursos naturales del planeta. Entre estos últimos se encuentran el índice de bienestar económico sostenible (IBES), el PIB verde y el índice de progreso real (IPR, IPG o GPI). La evolución de estos indicadores se ha estancado o incluso ha disminuido en algunas sociedades industriales desde los años setenta, lo que revela que estas han sobrepasado el nivel a partir del cual el crecimiento económico ya no se relaciona de manera directa con un aumento de la calidad de vida colectiva, entendida esta de un modo amplio.


Aunque el crecimiento representa a priori un término positivo, el crecimiento material incontrolado está más cerca de lo que podríamos considerar un tumor maligno, que se expande a costa de devorar el organismo. No es posible un crecimiento basado en el consumo permanente de los recursos de un planeta finito, en el que parece que ya hemos superado los límites ambientales de regeneración. Las estimaciones realizadas sobre nuestra huella ecológica apuntan que desde el año 1990 estamos viviendo por encima de la capacidad de carga del planeta. Los países desarrollados vivimos a costa de los recursos que la naturaleza conservó durante millones de años. Actualmente, se estima que la demanda de la humanidad excede en cerca de un 30% la capacidad regeneradora del planeta. Si esto es así, el nivel de consumo de recursos ha sobrepasado el nivel sostenible y, por tanto, afecta a las generaciones futuras. Sería recomendable que los países, cuyo impacto sobre el planeta supera su capacidad de regeneración, ajustaran la producción desde el punto de vista de la sostenibilidad.

El crecimiento sostenible y el decrecimiento sostenible

Debemos, pues, cambiar el simple objetivo de crecimiento económico en términos de PIB y enriquecerlo con consideraciones relativas al bienestar actual, al medio ambiente, al consumo de recursos naturales, a los sumideros de carbono y a las implicaciones de todo ello sobre el bienestar de generaciones futuras. La finalidad no debería ser adaptar la sociedad a las necesidades de la economía, como parece ser el patrón actual, sino adaptar la economía a las necesidades sociales y medioambientales.

Disponemos ya de avances tecnológicos que permiten hacer un uso más eficiente de la energía y los materiales. Sin embargo, se ha comprobado que la mejora en la eficiencia no ha sido suficiente para resolver los problemas ambientales, debido al incesante crecimiento de la producción y al denominado efecto rebote o paradoja de Jevons (por ejemplo, el uso de bombillas de bajo consumo acaba revirtiendo en un aumento en la intensidad con la que se iluminan los hogares). Se impone, pues, un cambio ideológico que contemple la innovación y la eficiencia, no como crecimiento en producción, sino en calidad de vida y en respeto al medio ambiente. En la medida que ello se consiga nos acercaríamos hacia un planteamiento de verdadero crecimiento sostenible o hacia otro de necesario decrecimiento sostenible.

El decrecimiento sostenible se puede definir como una reducción equitativa de la producción y el consumo (principalmente en las poblaciones con una huella ecológica superior a la admisible), de modo que aumente el bienestar humano y mejore las condiciones ecológicas, tanto en la esfera local como global, y tanto en el corto como en el largo plazo. Se debe tener presente que el consumo de recursos es excluyente, de modo que un aumento en el consumo de los países desarrollados reduce la cantidad de recursos disponibles, tanto para los países en desarrollo como para las generaciones futuras.

Del mismo modo que el crecimiento económico tradicional no implica necesariamente progreso humano, el crecimiento sostenible o el decrecimiento sostenible tampoco implican regresión en términos de bienestar, sino una oportunidad de aumentarlo. Eso sí, hay que entender el bienestar no como un concepto cuantitativo, basado en la acumulación de bienes materiales, sino como un concepto cualitativo, donde primen las relaciones humanas, el tiempo de ocio, la familia, la equidad y la justicia. Es en función de estos valores como debería sopesarse cualquier política o proyecto y no tanto en orden exclusivamente mercantilista.

La simplicidad voluntaria

Nuestra forma actual de vida empuja hacia el consumo y el derroche, pero ¿somos más felices por ello? En los primeros estadios del desarrollo, el crecimiento del PIB y del consumo van parejos con el incremento del bienestar. Sin embargo, una vez satisfecho un determinado nivel de necesidades, parece existir consenso entre economistas y psicólogos para afirmar que la felicidad y la calidad de vida colectiva dejan de ajustarse al incremento del PIB, especialmente cuando existen grandes diferencias en la distribución de la renta. Esta convicción se explica por el hecho de que el dinero (y la adquisición de bienes y servicios que permite) es solo un componente más de la felicidad, en la que existen otros muchos factores, como las relaciones familiares, la comunidad y los amigos, la salud, la propia carga genética, las relaciones laborales, el ambiente social externo y los valores personales hacia la vida. A partir de ciertos niveles, el aumento en términos de bonanza económica suele entrar en contradicción con el resto de componentes que conforman el bienestar. Bajo esta perspectiva, en muchos casos sería pertinente revisar el techo de nuestras necesidades, con el fin de reducir el trabajo que cuesta satisfacerlas. Es decir, consumir menos para dedicar menos tiempo al trabajo remunerado y vivir mejor.

En el último siglo ha aumentado significativamente nuestra esperanza de vida, pero el estrés con que la vivimos provoca que no la aprovechemos adecuadamente para ser más felices. Con frecuencia trabajamos para poder consumir más y no para satisfacer el verdadero aliciente de vivir. Simplificar nuestros hábitos de vida puede llevar asociada una reducción en el tiempo de trabajo remunerado necesario para satisfacer nuestras necesidades; lo que también tendría consecuencias en el reparto del trabajo. La moderación en el consumo y la simplicidad voluntaria (downshifting) dotan de mayor libertad a los individuos porque rompen las ataduras sociales ligadas a la codicia. Es una propuesta de austeridad, no de pobreza, que consiste en librarse de lo superficial para dedicarse a lo fundamental, no solo en relación con los objetos, sino también en la esfera de las actividades y el uso del tiempo (como, por ejemplo, el dedicado a la familia y a la educación de los hijos).

Además, la sobriedad nos permite compartir los recursos no solo con los habitantes de hoy, sino también con los de generaciones futuras, al reducir nuestra huella ecológica. La actual sociedad de consumo no es generalizable y resulta, pues, insostenible. Es una cuestión de ética intergeneracional y de solidaridad, que propone un modo de vida que pueda ser extensible, que pueda ser compartido por todos.

Desde la sobriedad personal hacia la sostenibilidad colectiva

Además de las consecuencias personales, la reducción en los ritmos de consumo y de producción tiene la ventaja de disminuir los impactos negativos del sistema económico actual. Es por ello que se debe plantear tanto en el ámbito personal como en el colectivo, en el que resulta imprescindible el compromiso de las instituciones, fomentando prácticas más respetuosas con el planeta y educando en valores más solidarios y más críticos ante el consumo.

Incesantemente se aboga por la necesidad de incrementar el consumo para salir de la crisis actual y efectivamente será la solución a corto plazo; pero será difícil evitar que no se convierta en la semilla de futuras crisis. A largo plazo se hace necesario proponer y fomentar cambios en la perspectiva y animar el debate hacia un esquema diferente, que reenfoque las prioridades personales y colectivas. Es un cambio cultural lento, en el que sería necesario la colaboración de las instituciones para crear un clima social favorable a una visión diferente del consumo, a aceptar una nueva distribución del tiempo entre el trabajo remunerado y el no remunerado, a fomentar la reutilización, a rechazar el derroche, a movilizarse por el bien personal y por el colectivo. No hay que olvidar que los hábitos sociales son difíciles de alterar, pero todos conocemos grandes cambios logrados gracias a campañas apropiadas de sensibilización y a una adecuada comunicación (por ejemplo, la incorporación del voto femenino, el uso del cinturón de seguridad, la percepción ante el tabaco, etc.). En este sentido habría que incidir también en la educación que reciben las generaciones más jóvenes, para dar importancia al respeto al medio ambiente, fomentar el consumo responsable y mesurado, insistir en las consecuencias colectivas de nuestros actos individuales y evitar instaurar modelos de comportamiento personal insostenibles.

Las incomodidades generadas por la crisis y el paro, así como el descontento de mucha gente ante el funcionamiento de un capitalismo deshumanizado, pueden facilitar el interés de determinados grupos de individuos por un planteamiento de vida diferente. No debería desaprovecharse esta ocasión para fomentar estilos de vida más sencillos, menos consumistas y más respetuosos con el planeta, tanto entre aquellas personas que lo sienten como una necesidad como entre las que lo defienden por convicción.

Es evidente que un planteamiento de este tipo supone un cambio profundo y complejo, con muchos interrogantes por resolver. Pero desde una perspectiva integral se hace necesario iniciar el avance hacia un modelo más respetuoso, tanto en lo personal como en lo comunitario. El camino es largo, pero inevitable desde el punto de vista de la honestidad hacia las generaciones futuras. Por tanto, hay que empezar a caminar en una nueva dirección y asumir que iremos aprendiendo durante la travesía hacia un nuevo estilo de vida, respetuoso con uno mismo, con los demás y con el hogar que todos habitamos.

Es hora de que el crecimiento económico no sea el principal factor a tener en cuenta y deje paso a otros ámbitos más respetuosos con el planeta y con el bienestar individual y colectivo, presente y futuro.

“La dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como saber librarse de las antiguas” (J.M. Keynes)




CUATRO GATOS LOCOS y la "poda"

Muchas veces pensé en cambiar el nombre del proyecto y por ende del blog y del retrasado boletín, dicen que aquello que uno afirma es lo que en realidad atrae y no estaba bien (a mi criterio) atraer tan pocos locos a la causa ambiental.
Sin embargo hoy a la mañana volví a escuchar a un vecino excusarse de hacer algo porque "sólo seríamos cuatro gatos locos" dijo.
Parece que de alguna forma, en algún lugar y en algún tiempo, siempre habrá cuatro gatos locos defendiendo, cuidando y apostando por una vida mejor mientras el resto mira desde afuera justamente por no animarse a formar parte de ese hermosísimo grupo de cuatro gatos locos que van muchas veces a la vanguardia de los acontecimientos.
El desmonte llegó a nuestra ciudad de Colón, en Entre Ríos. Pareciera que cuando la gestiones municipales van llegando a su punto final, se les hace imprescindible el hacer cantidades de obras juntas como para dejar una buena imágen al retirarse. Es muy discutible desde todo punto de vista lo que llaman "obras" donde puede encuadrarse un arreglo de calle, el cambio total e innecesario de las luminarias de la Costanera o la masacre de arboledas najo el nombre de "podas".
Al ver esta última tarea realizada sobre árboles centenarios en una de las más bellas cuadras de esta ciudad enla que vivo, salimos a fotografiar a los que trabajaban sobre los árboles por orden municipal y bajo supervición de ésta y a conversar con los vecinos para hacer algo que impidiera la continuación de lo que a nuestro criterio (con los compañeros de la Asamblea que integro) era una absoluta barbaridad. Fué en ese trámite que el vecino contestó "y qué...vamos a ser cuatro gatos locos protestando...como si eso fuera a cambiar algo". Es posible que tuviera razón, pero es seguro que menos cambiaremos lo que se hace necesario cambiar utilizando esos razonamientos.
Aquí van fotos de los árboles mutilados por orden de nuestra actual gestión municipal bajo el nombre de "poda".