domingo, 3 de noviembre de 2013

EL ALMUERZO DESNUDO

¿Por qué los pollos tienen olor a lavandina y sus huesos se parten como si nada? ¿Cuántos peces mueren por cada plato de sushi? ¿Qué hay dentro de ese impoluto vaso de leche blanca? ¿Por qué todas las hamburguesas tienen el mismo sabor? ¿Sabía que cada vez menos chanchos tienen cola de rulito? ¿Por qué se suicidaron 200 mil agricultores en India? ¿Cuál es ese ingrediente fantasma incluido en el 75 por ciento de los alimentos procesados? Los alimentos y la alimentación es probablemente el tema en el que confluyen casi todos los problemas relevantes del mundo: la corrupción, la experimentación científica, la fuerza o debilidad de los Estados ante las corporaciones, la ecología y la salud de la población mundial. Por eso, son cada vez más los libros y documentales que echan luz sobre ese oscuro entramado que hace de cada plato de comida un expediente X. Radar vio y leyó buena parte de ellos y ofrece una guía y algunas respuestas.
Por Soledad Barruti
El 31 de octubre, Naciones Unidas ungió con el título Ser Humano 7 mil millones a Danica, una bebé filipina. El nombramiento fue por supuesto simbólico: la persona 7 mil millones podría haber nacido bastante antes en una clínica privada, en un hospital público o en una carpa improvisada en las arenas ardientes del desierto africano. En un Estado en guerra o en una democracia reciente. Puede también estar por nacer y saltar inmediatamente al olvido desde el grueso margen de error sobre el que se sostiene este mundo superpoblado. Como sea, el número al que llegó nuestra especie alarma y vuelve la atención sobre cuestiones que van del azar de un nacimiento acontecido en una determinada coyuntura política al bochorno colectivo de un sistema mundial en crisis donde el acceso a la comida y su calidad ocupan el centro de la escena. ¿Estará el ser humano 7 mil millones del lado de los 925 millones de hambrientos que hay según datos de la FAO (Organización mundial de alimentos)? ¿O crecerá hasta volverse uno de los 1500 millones de obesos que estima la ONU habrá para el 2015? ¿Tendrá la mejor de las suertes y será de los que eligen qué y cuándo comer y qué arrojar a la basura, participando del descarte anual de 1300 millones de toneladas que van al tacho, también según la FAO? Y la última: incluso si perteneciera a la franja acomodada, comiendo lo que se come en las grandes ciudades, ¿estaría a salvo?
Teniendo en cuenta que en la actualidad se producen alimentos para que coman 12 mil millones de personas, la comida no tendría que ser un tema. Y sin embargo cada día lo es más. Al margen del fenómeno “gourmet”, la problemática sobre la comida se ha ido complejizando hasta volverse un género de denuncia en sí mismo, al que se vienen dedicando desde activistas hasta periodistas, estrellas de Hollywood, políticos, documentalistas y escritores. En este sistema de producción intensiva hay material para variados intereses: especulación financiera, experimentación biológica, expulsión de pueblos enteros del campo a la pobreza, acopio global de tierras y semillas por gigantes multinacionales, polución, envenenamiento, hacinamiento y tortura de millones de animales; enormes negociados para pocos y un “consumidor” que no tiene idea de qué es lo que se lleva diariamente a la boca.
ESA MALDICION LLAMADA SUSHI
Nada es lo que era. Ni una manzana, ni un vaso de leche. Pero tal vez (quitando el complejo universo de los granos) sea el pescado el alimento que mejor ejemplifique cómo ha cambiado todo.
El salmón es un plato paradigmático: si bien sigue figurando entre los gustos más exquisitos, su consumo se extendió desaforadamente en los últimos años, impulsando la aparición de numerosos bolichones de sushi en casi todas las ciudades del mundo. Este boom ocurrió irónicamente al mismo tiempo que los pescadores locales denunciaban que volvían a la costa con sus redes vacías y los mares eran declarados ecosistemas en crisis. ¿Cómo puede ser que un recurso que escasea y se denuncia en extinción se popularice y disminuya su precio al mismo tiempo? En primer lugar, las megaempresas pescadoras aumentaron el pique doblando la apuesta. Sus barcos adquirieron el tamaño de un estadio, se equiparon con computadoras, rayos infrarrojos y comunicación satelital para detectar a sus presas. Sus bocas de red cuentan con la capacidad para meter adentro trece aviones intercontinentales. Como si con eso no bastara, también se usa cada vez más el sistema de pesca de arrastre: una especie de arado con el que barren el fondo del mar removiéndolo todo y llevándose peces de consumo, especies exóticas que no sirven de nada, delfines, tortugas, aves marinas, corales y millones de etcéteras que después, como no se pueden vender, son devueltos muertos al mar.
Los pescadores locales, sin posibilidad de competencia, se tienen que mudar a las ciudades o emplearse en las empresas que más han crecido al amparo de esta desgracia (y completan el porqué de tanto pescado): las granjas marinas. Con un desarrollo tres veces superior al de la agricultura, del 35 al 40 por ciento del pescado (y casi todo el salmón que comemos) y los crustáceos que se venden en el mundo vienen actualmente de esas granjas líquidas. Enormes jaulas de agua en medio del mar que pueden contener millones de peces que crecen prácticamente inmóviles en aguas que se pudren producto del hacinamiento. Los ojos de estos peces estallan en sangre mientras sobreviven entre parásitos y bacterias. Entre otras porquerías se los alimenta con maíz, y se les suministran antibióticos, alguicidas y tranquilizantes. Las costas que albergan estos emprendimientos se vuelven lodazales, los peces salvajes de zonas aledañas o se mudan o se mueren. Así como están las cosas, “imaginen que les sirven un plato de sushi: si ese plato contuviera todos los animales que murieron para hacerlo, el plato debería medir 1500 metros”, escribe Jonathan Safran Foer en Comer animales (Seix Barral). En este libro de reciente edición en Argentina, Safran Foer recorre el terrible camino que siguen dentro de las granjas industriales no sólo los peces sino todos los animales que van a parar a nuestro plato y cómo eso ha modificado la vida del pescador y el granjero, de las aguas y de la tierra, a la vez que empobrece la comida mientras pone en riesgo la salud del mundo entero.
Comer animales generó debates en todos los países en los que fue presentado y sirvió para volver la atención sobre la inmensa producción de libros, películas y documentales que en los últimos años se arrojaron a desentrañar cómo se producen en la actualidad los alimentos. “La industria no quiere que se sepa lo que estamos comiendo porque si lo supiéramos tal vez no querríamos seguir comiendo.” La frase aparece al comienzo del documental Food Inc. y resume el propósito detrás de cada una de estas investigaciones: correr el velo y descubrir qué hay detrás de esta industria que factura 140 mil millones de dólares al año y ocupa un tercio de la superficie del planeta.
EL OTRO LADO DEL PLATO
Para dimensionar el fenómeno de producción cultural alcanza con intentar recopilarla: en el área de los documentales hay novedades semanales (hablando por supuesto no sólo de películas sino de cortos, animaciones y documentales para Internet). Sólo acotando la elección a los que tienen extensión de película, hay decenas. De 2005 hasta hoy se pueden encontrar desde clásicas deconstrucciones de la realidad alimentaria (un recorrido bastante simple sobre cómo llegamos hasta acá y cuál será el desenlace de no producir un cambio) como la famosa Food inc. o la más reciente Fresh –sobre los sistemas alternativos de producción de alimentos–, hasta joyitas como The Future of Food que devela los peligros –de salud, de medio ambiente y hasta de independencia de los Estados nacionales– detrás de los alimentos genéticamente modificados. Otras como Dying in abundance, que muestran la desalmada especulación financiera que se hace alrededor de los granos en los mercados bursátiles. También intentos de concientización más artie como la alemana Our Daily
Bread que, sin más recursos que una cámara quieta y un micrófono, reproduce las imágenes y los sonidos de este cruel sistema moderno: sólo la imagen y el sonido de pollos recién salidos del cascarón que de a cientos son arrojados como piedras al galpón en el que seguirán creciendo o a la basura porque no nacieron con las condiciones exigidas, es escalofriante. Sólidas investigaciones periodísticas como la francesa El mundo según Monsanto (que recorre la historia de la ominosa compañía que es dueña de la mayoría de las semillas del mundo y consigue acallar a quienes osan iniciarles demandas por problemas económicos, ambientales o de salud), y la inglesa The end of the line: documental sobre la pronta extinción de la fauna marina que advierte sobre aguas sin peces libres en las próximas décadas. También Got the Facts on Milk?: un viaje por las entrañas de la industria láctea y sus siniestros métodos –como vacas con ubres veinte veces más grandes a fuerza de inyecciones de hormonas– para aumentar la producción.
Las crónicas y denuncias periodísticas, por su parte, también se suceden descubriendo para el lector interesado un sinnúmero de aberraciones cotidianas. Hay periodistas especializados en comida que dejaron de hablar de tendencias gastronómicas y se volvieron activistas presentando interesantes campañas, como Hugh Fearnley-Whittingstall de The Guardian, que promovió un petitorio para frenar el descarte de 70 millones de peces que son devueltos muertos por año al mar y que en estos días está trayendo curiosos debates en la Unión Europea (¿está bien regalarles a los pobres el pescado que “sobra”? Si se paga a los pescadores por esas especies cuya pesca innecesaria pone en peligro el ecosistema, ¿no se comenzará a alentar la pesca de animales exóticos o en extinción?). En esa línea de denuncia se mueve también Michael Pollan, escritor del New York Times (con libros como El dilema omnívoro y Food Rules: An Eater’s Manual), que ha utilizado las páginas de ese diario para escribirle directamente a Obama instándolo a modificar un sistema agrícola que sólo beneficia a las grandes corporaciones. “Hay que promover un consumo ético”, dice Pollan, quien no es vegetariano como Safran Foer, e impulsa fervorosamente la ingesta de carne siempre y cuando no provenga de granjas industriales.
Con toda la información que circula, surgen y se nutren movimientos que no son nuevos pero sí cada vez más masivos: carnívoros selectivos y consumidores de carne ética como Pollan (personas que comen sólo sabiendo cómo fue criado y muerto el animal en cuestión), vegetarianos que no comen transgénicos, veganos (que no comen nada de origen animal) y freegans (“veganos libres” o anticonsumistas, que sacan su comida únicamente de las bolsas de basura de los ricos).
Pareciera que una vez que se aborda cualquier asunto alrededor de la comida no hay espacio para la indiferencia. Pero lo más interesante del suceso no es la cantidad de voces que se levantan, sino cómo entre todas logran devolverle visibilidad a un tema tapado a medida que el mundo adoptaba este sistema agroindustrial. Productores en bancarrota por asumir los costos de la bioctecnología y pueblos enteros intoxicados con agroquímicos. Personas que consideran inmoral que el 50 por ciento de los granos que se cultivan sean utilizados para alimentar a animales (que a su vez sólo alimentan a una pequeña porción de la humanidad) y que 100 millones de toneladas anuales de granos sean usadas para crear biocombustibles (un hecho condenado por Jean Ziegler, de la ONU, como crimen de lesa humanidad). Científicos que alertan sobre el consumo de transgénicos, consumidores enfermos o parientes de víctimas directas de la comida y ambientalistas con una denuncia cada vez más atendible: el sufrimiento al que son expuestos miles de millones de animales criados bajo las condiciones más sádicas con el fin de optimizar el tiempo y maximizar las ganancias de las compañías.
LA COMIDA QUE MATA
Soja, maíz, sorgo. Los cereales han aumentado su producción en cantidades aún mayores que los animales. Son tantas las hectáreas que tienen sólo diez empresas semilleras y agroquímicas, que si sumaran sus tierras dispersas y decidieran constituirse como país, serían el más grande y poderoso. Si bien la propuesta con la que han ido avanzando a lo largo del mundo desde su aparición tuvo que ver con paliar el hambre generando cultivos invencibles ante las plagas, lo cierto es que desde la Revolución Verde en los años ’60 hasta hoy se duplicó la producción mundial y el hambre continuó su avance. Los transgénicos no sólo no tienen genes que los vuelvan más ricos en algún nutriente (como se dijo algún día que ocurriría) sino que cada día están más sospechados y relacionados con alergias, enfermedades del sistema inmunológico, nervioso y endocrino y otras patologías. Los alimentos procesados están llenos de rellenadores económicos sucedáneos de la soja como la lecitina o endulzantes como el jarabe de alta, fructosa proveniente del maíz; conocidos como “anti nutrientes”, son responsables entre otras cosas de los altos índices de obesidad y diabetes que hay en las ciudades desarrolladas.
Estos cultivos que ocupan todo también afectan la biodiversidad. De las mil variedades de papas que había en el mundo, actualmente se cultivan intensamente cuatro. De los siete mil tipos de manzanas que nutrían la imaginación del siglo XIX, quedan las cuatro o cinco que se suelen ver. El 97 por ciento de la variedad de vegetales que había al comienzo del siglo XX se extinguió. Los campesinos o pequeños productores independientes desaparecieron o se volvieron empleados de esas grandes compañías. En India, más de 200 mil deudores desesperados (¡200 mil!) que ya no tenían cómo afrontar las deudas a las que se vieron expuestos desde que las multinacionales empezaron a cobrarles por sus semillas, se suicidaron.
En la expansión verde, las vacas se trasladaron del campo a los feedlots, los cerdos de sus chiqueros a galpones de engorde intensivo y los pollos a cámaras oscuras de crecimiento acelerado. La vida de los criadores y la calidad de todos estos alimentos se han empobrecido cuantificablemente: la carne de hoy es más rica en grasas saturadas y remedios. El cambio en sus dietas y los espacios cerrados en donde se hace vivir a los animales cubiertos por sus propios excrementos volvió el terreno propicio para la aparición de virus y bacterias nuevas, o viejas pero mutadas. Es tal la cantidad de antibióticos que se les aplica para que aguanten y sobrevivan y que luego consumimos nosotros en forma de carne que las enfermedades en humanos se han vuelto cada vez más resistentes. Escherichia coli, salmonella, gripe aviar y gripe porcina son riesgos que se relacionan directamente con las granjas industriales. Y la obesidad avanza, y el cáncer avanza y los problemas cardíacos y la infertilidad y una larga lista de etcéteras. Si bien la mayor responsabilidad de este desbarajuste recae en países como Estados Unidos y China, no hay sociedad que esté exenta de sufrir las consecuencias.
¿Existe el modo de salir de esto o la fecha de vencimiento de la humanidad está escrita en letra invisible sobre cada tiquet de supermercado? Uno de los fenómenos más llamativos en la proliferación de estos documentales y libros es que, pese a todo, subyace la esperanza. Porque hay quienes ven en el colapso las semillas del cambio: un modo de leer el presente compartido también por los que en estos meses copan las plazas del mundo protestando contra este sistema tan injusto. Se trata de barajar y dar de nuevo para recuperar las pequeñas producciones locales, redistribuir el consumo globalmente, resignar un poco de confort o del gusto entre los que vivimos en sociedades desarrolladas (disminuir el consumo de carnes, por ejemplo, sería un primer paso) y alentar los nuevos movimientos que surgen en beneficio de las personas y los ecosistemas. Así como estamos hoy, en el tiempo que toma leer esta nota, siete mil personas más están entre nosotros. Si no nacieron en un país en guerra, si llegan a sortear el hambre y la pobreza, si pueden crecer hasta elegir y cuentan con una sola herramienta para seguir adelante, ésa debería ser la información para saber qué es lo que están comiendo, cuál es su origen y el proceso que atravesó antes de llegar a su plato, para no ser uno más de los tantos que sin saber juegan en cada comida a la ruleta rusa.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7478-2011-11-13.html

domingo, 22 de septiembre de 2013

22 de septiembre - Día Mundial sin auto

Los ecologistas y otros irresponsables proponen que por un día, en el día de hoy, los automóviles desaparezcan del mundo.
¿Un día sin autos? ¿Y si el ejemplo se contagia y ese día pasa a ser todos los días?
Dios no lo quiera, y el Diablo tampoco.
Los hospitales y los cementerios perderían su más numerosa clientela.
Las calles se llenarían de ridículos ciclistas y patéticos peatones.
Los pulmones ya no podrían respirar el más sabroso de los venenos.
Las piernas, que se han olvidado de caminar, tropezarían con cualquier piedrita.
El silencio aturdiría los oídos.
Las autopistas serían deprimentes desiertos.
Las radios, las televisiones, las revistas y los periódicos perderían a sus más generosos anunciantes.
Los países petroleros quedarían condenados a la miseria.
El maíz y la caña de azúcar, ahora convertidos en comida de autos, regresarían al humilde plato humano.

Eduardo Galeano, "Los hijos de los días", Siglo XXI, Buenos Aires, 2012

jueves, 5 de septiembre de 2013

MUY LINDA IDEA
LA GRATIFERIA
Desencantados con una economía que promueve el individualismo y el consumo depredador, miles de argentinos se suman a ferias en las que los objetos se regalan, comparten traslados en automóvil con desconocidos u ofrecen alojamiento gratuito a viajeros del exterior.
Nada está en venta en esta feria de Plaza Italia, en el barrio de Palermo, Buenos Aires. Crédito: Juan Moseinco/IPS.
En medio de una intensa ola de consumismo, algunos argentinos empiezan a experimentar las ventajas de compartir objetos y servicios, en lugar de comprarlos. Son tendencias incipientes en este país sudamericano, pero que crecen apoyadas en las plataformas 2.0. Los usuarios comparten una misma preocupación por el cuidado ambiental y cierto rechazo al consumismo. Pero también su voluntad de incrementar el contacto comunitario y de fomentar la confianza entre las personas. "Necesitamos mucho menos de lo que consumimos. Por eso, la base de nuestras ferias es el desapego, la necesidad de liberar objetos del concepto de propiedad privada", explica Ariel Rodríguez, creador de La Gratiferia bajo el lema "Traé lo que quieras (o nada) y llevate lo que quieras (o nada)". La iniciativa se puso en marcha en 2010.
La primera feria fue en su casa, en el barrio porteño de Liniers. Rodríguez puso a disposición de amigos y vecinos libros, discos, ropa, muebles y otros bienes que acumulaba y no necesitaba. Preparó también algo de comer y sirvió algo de tomar. Con el tiempo, hubo quienes lo imitaron y, recuerda, la feria número 13 "salió a la calle y explotó" con la difusión en redes sociales. "Es algo que rompe con los esquemas", dice Rodríguez. Los visitantes se acercan con incredulidad, sin saber si tienen o no derecho a tomar objetos sin dejar nada a cambio.
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viernes, 23 de agosto de 2013

¿Estamos preparados para hacernos cargo de salvar el planeta?


Desde mi punto de vista, sin ser un especialista en la materia y teniendo en cuenta que posiblemente ni los mas versados expertos estén totalmente seguros, asumiré que tecnológicamente el ser humano está en condiciones de lograr que el clima del planeta se mantenga dentro de un margen en el que pueda conservarse la vida.
Empezaría haciendo una diferenciación que considero importante. Desde mi punto de vista, sin ser un especialista en la materia y teniendo en cuenta que posiblemente ni los mas versados expertos estén totalmente seguros, asumiré que tecnológicamente el ser humano está en condiciones de lograr que el climadel planeta se mantenga dentro de un margen en el que pueda conservarse la vida, de una forma relativamente similar a como la conocemos. Si no fuera así, ya no tendría sentido establecer si como sociedad estamos preparados para hacerlo.
Debemos además tener en cuenta que hay en el mundo casi 200 países y que incluso dentro de cada país hay sociedades diferentes, con distintos modos de vida, cultos, pensamientos, estructura social y diferencias hasta en los valores mas profundos. Entonces hablamos de miles de sociedades, todas con diferencias entre si, algunas incluso absolutamente substanciales.
Teniendo en cuenta esa heterogeneidad tan impresionante, suena bastante lógico que la constante expansión natural de la mayoría de esas sociedades provoque fricciones y hasta choques o enfrentamientos en los lugares, físicos o espirituales donde los pretendidos derechos de una, se superpongan a los de otra u otras.
Así es que el mundo se encuentra en constante conflicto. Cuando no es en una región, es en otra; cuando no es un país, es otro cuando no es un motivo, es otro. Hasta ahí, todo es comprensible, hasta lógico. El verdadero problema radica en que en una gran cantidad de casos no hemos podido resolver esos naturales reacomodamientos de sociedades que se encuentran en constante movimiento, de una forma pacífica, ambientalmente sustentable, y buscando el mayor bienestar. Posible para todos.
Las sociedades mas avanzadas, las mas evolucionadas, no son las que cuentan con los mayores adelantos tecnológicos, con las armas mas destructivas, sino las que han desarrollado una conciencia mas ecológica y solidaria. Las que han comprendido que en la guerra todos pierden, que en la paz, en el pensamiento colectivo, en el cuidado de los recursos naturales, en tratar que el conjunto pueda tener una vida digna, todos ganan.
El hecho de que aun siga habiendo sociedades que carecen en su comportamiento colectivo de un modo de vida y sobre todo de un modo de pensar la vida comprometido con el beneficio colectivo, mas allá del beneficio personal, hace que sea muy difícil encontrar puntos de concordancia a nivel mundial para tomar las medidas necesarias para revertir el proceso de cambio climático.
El atisbo de esperanza, la luz al final del túnel es que las personas están cambiando, la conciencia colectivaestá cambiando, las sociedades se encuentran en un proceso de evolución. Estamos ahora en una especie de carrera entre la evolución de la conciencia colectiva y la acelerada degradación de este hermoso planeta, el único lugar del que disponemos para nuestra vida. www.ecoportal.net

lunes, 19 de agosto de 2013

Consumismo Versus Consumo

Aparentemente, el consumo es un hecho banal, incluso trivial. Todos lo hacemos a diario, en ocasiones de manera celebratoria, cuando ofrecemos una fiesta, festejamos un acontecimiento relevante. Pero la mayor parte del tiempo consumimos de hecho, se diría que rutinariamente y sin demasiada planificación y sin pensarlo dos veces.

En realidad, si se lo reduce a su forma arquetípica en tanto ciclo metabólico de ingesta, digestión y excreción, el consumo es una condición permanente e inamovible de la vida y un aspecto inalienable de ésta, y no está atado ni a la época ni a la historia. Desde ese punto de vista, se trata de una función imprescindible para la supervivencia biológica que nosotros, los seres humanos, compartimos con el resto de los seres vivos, y sus raíces son tan antiguas como la vida misma.
Se ha sugerido (y de esta sugerencia se habla en el resto de este capítulo) que miles de años después se produjo un punto de quiebre que merecería el nombre de “revolución consumista”, con el paso del consumo al “consumismo”, cuando el consumo, como señala Colin Campbell, se torna “particularmente importante por no decir central” en la mayoría de las personas, “el propósito mismo de su existencia”, un momento en que “nuestra capacidad de querer, de desear, y de anhelar, y en especial nuestra capacidad de experimentar esas emociones repetidamente, es el fundamento de toda la economía” de las relaciones humanas.
Se puede decir que el “consumismo” es un tipo de acuerdo social que resulta de la reconversión de los deseos, ganas o anhelos humanos (si se quiere “neutrales” respecto del sistema) en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, una fuerza que coordina la reproducción sistémica, la integración social y la formación del individuo humano, así como también desempeña un papel preponderante en los procesos individuales y grupales de autoidentificación, y en la selección y consecución de políticas de vida individuales. El “consumismo” llega cuando el consumo desplaza al trabajo de ese rol axial que cumplía en la sociedad de productores.
Mary Douglas insiste: “mientras no sepamos por qué y para qué la gente necesita lujos [vale decir, bienes más allá de los indispensables para la supervivencia] no estaremos tratando los problemas de la desigualdad ni remotamente en serio”.
A diferencia del consumo, que es fundamentalmente un rasgo y una ocupación del individuo humano, el consumismo es un atributo de la sociedad. Para que una sociedad sea merecedora de ese atributo, la capacidad esencialmente individual de querer, desear y anhelar debe ser separada (“alienada”) de los individuos (como lo fue la capacidad de trabajo en la sociedad de productores) y debe ser reciclada/reificada como fuerza externa capaz de poner en movimiento a la “sociedad de consumidores” y mantener su rumbo en tanto forma específica de la comunidad humana, estableciendo al mismo tiempo los parámetros específicos de estrategias de vida específicas y así manipular de otra manera las probabilidades
de elecciones y conductas individuales.
Todo esto sigue sin decir mucho acerca del contenido de la “revolución consumista”. Debemos enfocar nuestra atención en eso que “queremos”, “deseamos” y “anhelamos”, y en cómo la esencia de nuestras ganas, nuestros deseos y aspiraciones va cambiando como consecuencia del pasaje hacia el consumismo.
Se suele pensar, aunque quizás incorrectamente, que aquello que los hombres y mujeres moldeados por una forma de vida consumista desean y anhelan con mayor intensidad es la apropiación, posesión y acumulación de objetos, cuyo valor radica en el confort o la estima que, según se espera, proporcionarán a sus dueños.
La apropiación posesión de bienes que aseguren (o al menos prometan) confort y estima bien puede haber sido el principal motivo detrás de los deseos y las aspiraciones en la sociedad de productores, una sociedad abocada a la causa de la estabilidad de lo seguro y de la seguridad de lo estable, y que confiaba su reproducción a patrones de conducta individual diseñados a esos fines.
De hecho, la sociedad de productores, principal ejemplo societario de la fase “sólida” de la modernidad, estaba orientada fundamentalmente a la obtención de seguridad. La búsqueda de seguridad apostaba al anhelo intrínsecamente humano de un marco seguro y resistente al tiempo, un marco confiable, ordenado, regular y transparente y por lo tanto perdurable. Ese anhelo fue una excelente materia prima para la construcción de estrategias de vida y patrones de comportamiento indispensables en aquella era de “la cantidad es poder” y “lo
grande es bello”. En esa época, un enorme volumen de posesiones sólidas, grandes, pesadas e inamovibles aseguraban un futuro promisorio y una inagotable fuente de confort, poder y estima personales.
Obviamente todo esto tenía sentido en la moderna sociedad sólida de los productores. Una sociedad, me permito repetir, que apostaba a la prudencia y la circunspección, a la durabilidad y a la seguridad, y sobre todo a la seguridad a largo plazo. Pero el deseo humano de seguridad y sus sueños de un “estado estable” definitivo no sirven a los fines de una sociedad de consumidores.
En el camino que conduce a la sociedad de consumidores, el deseo humano de estabilidad deja de ser una ventaja sistémica fundamental para convertirse en una falla potencialmente fatal para el propio sistema, causa de disrupción y mal funcionamiento. No podía ser de otra manera, ya que el consumismo, en franca oposición a anteriores formas de vida, no asocia tanto la felicidad con la gratificación de los deseos (como dejan traslucir las “transcripción es oficiales”) sino como un aumento permanente del volumen y la intensidad de los deseos, lo que a su vez desencadena el reemplazo inmediato de los objetos pensados para satisfacerlos y de los que se espera satisfacción. Como lo expresa tan adecuadamente Don Slater, combina deseos insaciables con la urgencia de “buscar siempre satisfacerlos con productos”.
Las necesidades nuevas necesitan productos nuevos. Los productos nuevos necesitan nuevos deseos y necesidades. El advenimiento del consumismo anuncia una era de productos que vienen de fábrica con “obsolescencia incorporada”, una era marcada por el crecimiento exponencial de la industria de eliminación de desechos.

Fuente: Zygmunt Bauman, Vida de consumo, Trad. de M. Rosenberg y J. Arrambide, FCE, México, 2007, pp.44-51.
Zygmunt Bauman (nació el 19 de noviembre en Poznan, Polonia) actualmente es profesor emérito de la Universidad de Leeds y ha dictado cátedra de sociología en universidades
de países como Israel, Estados Unidos y Canadá. Es reconocido como “uno de los principales referentes en el debate sociopolítico contemporáneo y uno de los pensadores más audaces y provocadores”. De su más reciente producción bibliográfica, se cuentan: Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (2005),Vida líquida (2006) y Vida de consumo (2007). A esta última corresponden los fragmentos que aquí se reproducen.

Podemos ser sustentables, pero... ¿queremos?


Se dice que el Planeta está en crisis, pero esto es solo una verdad a medias, La Tierra solo está experimentando cambios en su superficie, en gran parte debido a la acción humana, pero no va a desaparecer. La verdadera crisis está en nuestra civilización, en nuestra forma de vida. Se requiere empezar a pensar en alternativas viables y comenzar a introducirlas en la práctica. En definitiva, construir las bases de una nueva civilización, asentada en el uso sostenible de los recursos naturales.
Se dice que el Planeta está en crisis, pero esto es solo una verdad a medias, La Tierra solo está experimentando cambios en su superficie, en gran parte debido a la acción humana, pero no va a desaparecer. La verdadera crisis está en nuestra civilización, en nuestra forma de vida.
Si bien la especie humana ha aumentado enormemente en cantidad de individuos, ese crecimiento por si mismo no debería ser un problema, ya que también contamos con las herramientas y conocimientos como para que toda esa población tenga una buena calidad de vida, sin necesidad de comprometer los recursos naturalespara las generaciones futuras.
Tenemos los conocimientos y la tecnología para producir alimentos y energía de forma sustentable. También para utilizar y reciclar el agua potable de modo que esta no se agote. Se podría, entonces satisfacer el consumo total de productos y servicios si este fuera ser mas racional. Además, claro, para reducir, reutilizar y reciclar nuestros deshechos de forma tal que dejen de provocar un colapso ambiental en las cercanías de cada ciudad. En definitiva, podríamos reducir drásticamente el impacto ambiental de nuestras actividades, sin que esto significara volver a la época de las cavernas, como dicen nuestros detractores, que pretendemos hacer los ecologistas.
El problema se encuentra en la forma en la que se ha desarrollado nuestra civilización, en los medios y tecnologías que se vienen utilizando y en la forma en la que se ha ido organizando. Lo que ha primado hasta ahora no es la sustentabilidad de los recursos, sino la generación de nuevas necesidades de consumo, con el fin de aumentar las ventas y por consiguiente los beneficios económicos de las empresas que los producen. Y para aumentar aún mas esos beneficios, se reducen al máximo los costos, lo que también significa deterioro de la salud y bienestar de la población, contaminación y destrucción evitable de ecosistemas.
Desequilibrios ecológicos tales como el calentamiento global, son consecuencia directa de la sobre explotación de los recursos naturales, en este caso en particular especialmente de los recursos fósiles, y afecta a todas las regiones del mundo. Pero sus peores efectos se sienten más intensamente en las zonas más deprimidas y dentro de ellas en los sectores empobrecidos. Y esto, va empeorando rápidamente.
Sobre lo que no quedan dudas, es que se trata de una crisis estructural, una crisis del modelo de desarrollo que ha prevalecido en el planeta y se ha acentuado en las últimas décadas. Esto exige un replanteamiento de parámetros, un cambio profundo y no mas soluciones parciales.
En América Latina las resistencias al modelo han sido y son muy numerosas. Se encuentran en todos los sectores populares: campesinos, obreros, pueblos indígenas, afrodescendientes, movimientos ecologistas, mujeres y, jóvenes y otros.
Pero la época de la resistencia, va dejando lugar a una nueva etapa, la del planteo y puesta en marcha de nuevas alternativas.
Se requiere empezar a pensar en alternativas viables y comenzar a introducirlas en la práctica para que el cambio de modelo no sea tan drástico, para que el colapso final del capitalismo nos encuentre preparados.
En definitiva, construir las bases de una nueva civilización, asentada en el uso sostenible de los recursos naturales, que pueda ofrecer respuestas a las necesidades de los pueblos, incluyendo a todas las culturas, saberes, filosofías y religiones, para que cada una ofrezca su aporte propio a la construcción social nueva.
Este proceso se encuentra en marcha y sobre él apoyamos muchas de nuestras expectativas de que un mundo mejor, es posible.
* Ricardo Natalichio

martes, 30 de julio de 2013

PARA PENSAR

"Si piensas que eres demasiado pequeño para causar impacto, intenta dormir con un mosquito en la habitación." 
Anita Roddick