Hola toda la gente:
Aquí andamos, después de conseguirle a Jackie sus pastillas para los parásitos, una buena bolsa de comida para que "la levante" según palabras del veterinario, mimarla todo el fin de semana y finalmente conseguirle nuevos dueños que la quieran, la atiendan y la cuiden como se merece, un poco más tranquilos. Hoy pasamos por su nuevo hogar (no es cuestión de darla y nada más) y después de verla más gordita y de relevar entre sus vecinos su buen cuidado, hemos llegado a la buena conclusión de haber hecho lo correcto, sobre todo para ella.
De todo esto hemos aprendido que no siempre la formación intelectual, se acompaña con aprendizaje de amor y generosidad. Jackie era la perra de un profesional, alguien que suponemos con un cierto grado de sensibilidad y sin embargo, no es así. Nos negamos a realizar la comparación común en estos casos que nos lleva a pensar en sus pobres pacientes si trata así a un animal que por cahorro puede hacer poco por sí mismo. Pero no caeremos en comparaciones odiosas ni mucho menos, lo que sí haremos es tomar este ejemplo como uno de los tantos existentes en sufrir esta dicotomía entre hacer profesional y vida personal, lo que a criterio de muchos debería ser algo integral, pero no lo es.
Muchas veces hemos comentado desde este espacio que entender el medio ambiente y adentrarse en su problemática no es fácil, seguiremos diciéndolo las veces que sea necesario, lo que iremos agregando además, son casos como estos, para demostrar que entender la problemática ambiental no está íntimamente relacionado con una formación académica importante ni con la falta de ésta. Estamos llegando a la conclusión siguiente: entender, amar y proteger a la naturaleza tiene mucho que ver con la sensibilidad y la espiritualidad, dos cosas definitivamente poco simples de explicar, complicadas de llevar (sobre todo en estos días) y valiosísimas de poseer.
Dicen que aquello que no mata fortalece y hasta podríamos adaptar este dicho para intentar explicar por qué muchos argentinos y no, hemos perdido un poco bastante la sensibilidad. Ser sensible sería responder naturalmente a la facultad que todos los seres vivos tenemos de reaccionar a los estímulos que externa o internamente se nos proporciona. Respondemos con mayor intensidad a los estímulos que no son comunes para nosotros y con menor intensidad cada vez, ante aquellos que son repetidos.
De tal forma que un perro callejero lastimado nos puede provocar diversos estímulos que nos sensibilicen, pero después de ver innumerables perros en condiciones similares, convengamos que los estímulos serán menores.
La muerte, en épocas pasadas provocaba fuertes estímulos que de hecho nos sensibilizaban y mucho, pero actualmente recibimos desde los diversos medios de prensa noticias de muertes violentas a diario, lo que seguramente no nos dejará indiferentes, pero tampoco nos producirá la sensibilidad que nos provocaba cuando era un hecho aislado. De tal manera ¿cómo se le explica el terrible impacto de una deforestación a una persona que ya permanece insensible ante numerosas muertes diarias de hombres, mujeres, niños y ancianos? Cuando la anormalidad se vuelve normal, los parámetros establecidos se modifican. Lo importante a tener en cuenta es que esta anormalidad puede cambiarse.
Y así llegamos a esta primera conclusión, para recuperar la sensibilidad normal ante los estímulos que nos llegan a diario, debemos en principio recuperar parámetros, cambiar lo que es necesario, recuperar la normalidad para vivir sana, sensible y responsablemente.
De esa manera creemos, podremos además recuperar el interés por todo lo que sucede a nuestro alrededor para intentar solucionar lo que espera ser solucionado o al menos intentarlo y entonces, seguramente, ni habrá que explicar la problemática ambiental porque ésta se explicará por sí misma.
Poli Echevarría
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