miércoles, 29 de julio de 2009



¿NOS HEMOS RENDIDO ANTE LA MENTIRA?
No me gusta para nada mariano Grondona, pero este artículo en especial, se deja leer

El vocablo indoeuropeo men , que significa "pensar", alude a las múltiples avenidas que puede tomar la mente. De él provienen el latín mens, "mente", y una larga lista de palabras ligadas a los empleos sanos o enfermos de la mente. Para abreviar esta lista casi interminable, podríamos aludir a voces como "memoria" "amnesia", "mentecato", "vehemente", "mensaje" y hasta "mandarín" (consejero que usa su mente), "manía" y "manicomio".

El verbo mentir , que según el Diccionario de la lengua española consiste en "decir lo contrario de lo que se sabe", corresponde al lado sombrío de esa lista. Del lado del receptor de la mentira, mentir es "engañarlo", "inducirlo a error".

"Mentiroso" es aquel que ha contraído el vicio de mentir. También hay que reconocer que la mentira admite diversos grados. El más leve de ellos, la "mentira venial", consiste, por ejemplo, en exagerar algo que tiene un fondo de verdad, en omitir lo que se sabe sin decir por eso lo contrario o en mentir para evitar un daño mayor, como ocurre cuando se disimula la gravedad de su mal a un enfermo terminal.

Lo contrario del vicio de mentir es la veracidad. "Veraz", ligado a "ver", es la cualidad de aquel que ha asumido el compromiso de decir la verdad, de reconocer lo que ve. Valoramos la veracidad, pero no al punto de exigirla siempre, sin matiz alguno. He aquí un ejemplo sacado de los tratados de moral: ¿elogiaríamos acaso a una persona tan veraz que, preguntada por el escondite de un niño al que está buscando un asesino serial, se lo revelara?

Cuando condenamos la mentira, no nos referimos por lo general al amplio abanico de las mentiras "veniales". Cuando alguien contradice lo que sabe en temas graves, para inducir a error a aquel que necesita o merece escuchar la verdad, entra en cambio en el escabroso terreno de las "mentiras mortales". Esto es particularmente condenable en la vida de las "repúblicas", cuyo bien mayor es, como lo dice la palabra, la fe del público en lo que manifiestan las autoridades. El bien mayor de las repúblicas es la confianza de los ciudadanos.

El alcance de la mentira

Decimos que una persona es mentirosa por vicio cuando miente aun sin necesidad, compulsivamente. Pero también decimos que una persona es mentirosa cuando miente cada vez que le conviene, despreciando "pragmáticamente" el valor de la verdad.

Se ha llegado a decir en estos días que el Gobierno, cuando miente porque le conviene, comete el delito de "malversación de la fe pública". En lugar de malversar los fondos confiados a él por la comunidad, el gobierno al que no le importa mentir malversa otro capital aún más importante. La confianza de los ciudadanos.

¿No es esto lo que han venido haciendo nuestros gobernantes cuando simulan los datos de la inflación? ¿Cuando alteran, como consecuencia, las cifras reales del crecimiento económico, el desempleo y la pobreza? ¿No es esto inducir a error a los votantes de quienes dependerá, en cuatro semanas, su propia subsistencia?

Cuando el Gobierno organiza giras espectaculares para su candidata presidencial por Europa y los Estados Unidos, ¿no está disimulando también que esos gastos supuestamente institucionales forman parte de su campaña electoral? Cuando asigna fondos a candidatos que le responden en las provincias y en las intendencias, ¿lo hace para ayudar a sus distritos o para asegurar sus votos? No debe olvidarse que fingir , hacer como si se hiciera algo cuando en realidad se hace lo contrario, es la forma gestual de la mentira. Desde Córdoba sabemos que las cuentas de los escrutinios pueden ser mentirosas, como también lo han sido las encuestas que, en más de un distrito, favorecieron falsamente a los candidatos oficiales.

Es imposible no ligar estas graves enfermedades con la corrupción porque, siendo ella un delito furtivo por definición, es un disfraz de lo incorrecto como si fuera correcto y entra en la larga lista de los comportamientos mentirosos. En su reciente informe, la reconocida organización Transparencia Internacional ubica a la Argentina entre las naciones más corruptas, advirtiendo que, por debajo de la nota 4, se considera que un país padece "una corrupción desenfrenada". La nota de la Argentina es 3,9.

En un país donde el presupuesto se altera sin controles y los fideicomisos sirven con tanta frecuencia para eludir las exigencias de las licitaciones públicas, y donde un número no menor de agentes públicos y privados que las eluden mediante coimas fingen transparencia allí donde no la hay, construyendo fortunas mal habidas de la mano de testaferros, ¿no hay una "corrupción desenfrenada"? Un presidente que sigue sin explicar dónde están los millones de Santa Cruz, ¿debe ser incluido en la lista de los dirigentes veraces? ¿Se cree que los delitos que están siendo investigados por una justicia lenta en torno de Skanska, Southern Winds, la bolsa de Miceli y la valija de Antonini Wilson son excepcionales?

El capitalismo existe auténticamente allí donde los empresarios están obligados a competir bajo la severa vigilancia de un Estado imparcial. ¿Es éste nuestro capitalismo o es, al contrario, ese otro llamado crony capitalism , el "capitalismo de los amigos", en el que los que ganan son los socios no confesados del Gobierno? En la Argentina actual, ¿no se está formando en consecuencia una nueva clase de ricos y poderosos al margen de la ley?

¿Engaño o sumisión?

Abraham Lincoln dijo alguna vez que "se puede engañar a mucha gente por poco tiempo y a poca gente por mucho tiempo, pero no a toda la gente todo el tiempo". Este famoso pasaje, que abre las puertas de la esperanza democrática, ¿tuvo en cuenta el tipo de mentiras que hoy ganan terreno entre nosotros? Lincoln suponía que el fin de la mentira es engañar al pueblo. ¿Qué pasa, en cambio, cuando las mentiras se pronuncian sin la pretensión de engañar? ¿Qué pasa cuando, en vez de furtivas, son abiertas ?

Quizás el genio de Guillermo Moreno haya consistido en refutar la buena fe de Lincoln, ya que, cuando el Gobierno miente con las cifras de la inflación a través del Indec, lo hace a sabiendas de que la gente le cree cada vez menos. ¿A qué se debe entonces que un gobierno le mienta a la gente abiertamente y no se observe en ella la indignada reacción que Lincoln imaginaba?

Este es el enigma que hoy acompaña el despliegue de la mentira entre nosotros. ¿Cómo no se ha manifestado el pueblo contra ella? Una respuesta parcial es que aún hay en el pueblo sectores tan ingenuos que creen en las cifras del Indec.

Pero entre aquellos que todavía callan cunde, sin embargo, la creciente certeza de que les mienten. ¿Por qué no reaccionan? Una parte, porque teme afectar la recuperación de la economía que estamos experimentando desde 2002. ¿Vamos a seguir entonces como si no hubiera inflación, para no aguar el clima complaciente que nos rodea? ¿Estamos haciendo como si no nos engañaran? Si alguien me miente y sé que denunciándolo me puede ir mal, ¿callo porque me indujo a error o porque, sabiendo que me engaña, temo denunciarlo? Cuando el Gobierno publica agresivamente sus mentiras sobre la inflación ante un pueblo que ya las ha descubierto, ¿qué está intentando en realidad? ¿Engañarlo o someterlo?

Por Mariano Grondona

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